Guido Buffo tenía 25 años. Aquella mañana de 1910 recorrió a paso lento la Piazza dei Signori guardando en sus ojos la imagen del Palazzo del Trecento, el Palazzo della Potestà y la Torre del Ayuntamiento.
Acumuló una a una las fotos y los recuerdos de una Treviso que empezaba a abandonar en busca de un nuevo destino en la lejana Argentina.
Convulsionados eran aquellos años en Europa, las miserias y el seguro presagio de próximas guerras se oponían a la esperanza de una vida distinta en las desconocidas tierras del sur de América.
Durante el largo viaje, su fértil mente de artista y científico multifacético se dedicó a cultivar planes y proyectos nutriéndolos y vistiéndolos de ideas e ilusiones. En ellos volcó sus mejores herramientas adquiridas, con dedicación y pasión, a lo largo de sus pocos años de vida.
Filósofo, pintor, escritor, arquitecto, músico, astrónomo, metafísico, biólogo, geólogo, el joven Guido tenía con qué enfrentar el desafío que se abría al otro lado del mar.
Radicado en Rosario se casa con la periodista cordobesa Leonor Allende en 1914. Sería un 25 de Junio de 1917 cuando, de dicho matrimonio, nacería una hija a quien llamarán Eleonora.
El destino no será generoso con ellos; por el contrario, la tuberculosis atrapará a ambas mujeres y en la búsqueda de un mejor clima para su tratamiento toman la decisión de radicarse en Córdoba. Es así que en 1928 adquieren un predio serrano en la localidad de Unquillo en el paraje conocido como Valle de los Quebrachillos.
En ese virgen paraíso, junto a un serpenteante arroyo, construyeron su nueva casa y se dispusieron a librar una batalla por demás desigual con la muerte.